– La muerte del periodista pozarricense en 1960 tuvo proporciones desastrosas para la clase política de la época
Por Marisol Figueroa Meza/ informatePR
(Entrevista llevada a cabo en 2006) Recientemente el ser periodista ha sido catalogado como una labor peligrosa, pero la represión y asesinatos hacia comunicadores no es de unos años hacia la fecha, a través del tiempo ha habido numerosos casos que nos dejan ver una historia llena corrupción e injusticias de políticos y autoridades, casos que abren historias de hombres que lucharon para que la verdad fuera conocida, héroes anónimos que no tienen un monumento en su memoria pero que fueron parte fundamental en la lucha por la libertad de expresión.
En Poza Rica existe una historia de la que poco se habla, llena de represión hacia quienes ejercían la labor periodística y quienes exigían la democratización de la vida política local, misma que se veía frenada por el caciquismo protagonizado por el Ing. Jaime J. Merino, Superintendente regional de Petróleos Mexicanos, quien aprovechó su cargo en la paraestatal para acumular una gran fortuna que le permitió dominar la vida sindical de la Sección 30 en donde tuvo como aliado a Pedro Vivanco García.
Era tal su dominación que llegó a designar a diputados de la región e incluso presidentes municipales, como fue el caso de Manuel Salas Castelán.
Tal situación generó que la formación de un grupo de opositores, entre los que se encontraban los petroleros contrarios denominados “Los Goyos”, mismos que conformaron un frente electoral para las elecciones municipales, postulando para alcalde al doctor Fausto Dávila Solís, de la Coalición Nacional Revolucionaria y Partido Demócrata Pozarricence, con la única intención de terminar con los abusos del cacique Jaime J. Merino.
Algunos periódicos de la aquella época eran críticos, mismos que se imprimían y se editaban en Papantla debido a que Poza Rica aún se encontraba en proceso de construcción, tan sólo estaban los campamentos de PEMEX.
Algunos periodistas eran voces independientes que atacaban la corrupción de Merino de manera frontal y contra el aparato, lo cual era arriesgado dada las situaciones de intolerancia que se vivían entonces, en donde las posturas políticas estaban definidas; era claro quienes estaban con Merino y quienes no.
El fraude vivido en las elecciones de 1958, en donde quedó electo como presidente municipal Manuel Salas Castelán, candidato del PRI ,ocasionó la inconformidad por dicha imposición y esa misma tarde hubo un mitin de protesta que congregó a unos 10 mil pozarricenses.
Fue el 6 de octubre de 1958, cuando las aspiraciones democráticas del pueblo se vieron frenadas por una sangrienta y brutal represión del grupo caciquil local que encabezaban el directivo regional de Petróleos Mexicanos, el Ing. Jaime J. Merino, y el líder sindical Pedro Vivanco García, provocaron la muerte muchas personas, de las cuales no existe un número exacto.
La manifestación de inconformidad del pueblo, la Coalición Nacional Revolucionaria y Partido Demócrata Pozarricence llegó al parque Juárez, donde ya los esperaban en el edificio del Sindicato y el Audicine un grupo armado con pistolas y otras armas de fuego, mismos que se encontraban en oficinas y azotea de los edificios, y que abrieron fuego contra el pueblo que marchaba de manera pacífica.
Los muertos fueron recogidos por camiones de redilas, algunos fueron quemados en calderas de PEMEX y del hospital, otros tirados en la carretera a México a la altura de la entrada de Agua Fría, en el estado de Puebla, incluso se hicieron entierros en la congregación de Súchil días después por trabajadores de PEMEX, por lo que el agente municipal al darse cuenta que iban si pedir permiso a enterrar muertos, colocó un letrero que decía” “Prohibido enterrar muertos que no vivan aquí”.
Tras la matanza de “Los Goyos” se desencadenó un nuevo asesinato, la del periodista Alberto J. Altamirano, del impreso “El Diario”, en donde era jefe de redacción, quien también trabajó en el periódico “La Opinión”, con la columna “Foro Petrolero” y fue además corresponsal del Periódico Excelsior.
Alberto J. Altamirano se destacó por ser un periodista temerario y valiente, como aquella generación de periodistas que luchó por la libertad de prensa, quien tuvo que pagar un alto precio por arriesgarse a ejercer un periodismo fuerte y crítico, ante el despotismo y represión de Jaime J. Merino.
Fue asesinato el 28 de julio 1960, de lo que en primera instancia se dijo había sido por motivos pasionales, sin embargo, por las circunstancias políticas de aquel momento, situación encontrada entre los dos bandos, los que protestaban en contra de Salas Castelán decían que el móvil era político, habían muerto por que sabía demasiado.
Su muerte generó un gran interés a la prensa local, estatal y nacional, además de crear la solidaridad comunitaria, porque estaba fresco el movimiento de inconformidad por la designación de Manuel Salas Castelán. Al enterarse de la muerte del periodista se creó otra nueva efervescencia, la gente salió a las calles quizás para proteger a la familia del periodista de un algún posible atentado, había mucho temor de las autoridades de que esta muerte generara un movimiento adverso.
Fue la pauta para reanimarla lucha de un grupo de personas que se hacía llamar “Comité Cívico de los Derechos del Pueblo pozarricence«, que tenía como uno de los dirigentes a Isidro Capitanachi, y estaba conformado por peluqueros, comerciantes, maestros, taxistas que pedían la destitución de las autoridades locales, para que pudiera ser investigado el móvil del asesinato del periodista Alberto J. Altamirano, puesto que uno de los principales sospechosos de la autoría intelectual era el presidente municipal.
La investigación posterior fue una especie de circo, de repente hubo un hombre llamado Juan Herrera Trejo quien dijo que él había ejecutado del periodista, e incluso aparecieron dos más, los tres daban excusas poco creíbles. Continuará… (junio/2006)