– Y la causa de mi gastritis
(Parte I)
Por Kathya Navarro/ informatePR
Una mañana despiertas y dices: “hoy, no voy a enojarme”, “pase lo que pase trataré de mantener la calma”.
Entonces sales de la casa con lista en mano y el primer punto a tratar es pagar el mes anterior del recibo del teléfono. Y tiene que ser el mes anterior porque aun no se ha aclarado esa llamada a Timbuktú que la computadora registró y que a pesar de que les has dicho que tu no la hiciste, es su palabra contra la tuya: “pase a aclaraciones, por favor”.
Llegas y justamente, solo hay una persona frente a tí. Sientes alivio, pero, empieza a “brincarte” un ojo cuando al momento de avanzar para que te atiendan, todas las empleadas revisan su sistema y se ponen a platicar.
Una hora después sales. Tu llamada fue comprobada, y a pesar de que medio mes tu teléfono estuvo en reparación y el resto no tuviste línea, tendrás que pagar alrededor de 1 500 pesos.
Levantas tu mirada y suspiras: “hoy, no voy a enojarme”.
¿Qué sigue en la lista? Pagar el seguro social de tus empleados porque tu secretaria se reportó enferma y te “avisa” que se le olvidó hacer el pago y es el último día para hacerlo.
Entonces llegas al banco el día en que todo el mundo se acordó de la misma deuda, casualmente, fecha límite para pagar sin recargos. Luego de la hora perdida de tu vida en las oficinas de teléfonos, tienes casi veinticinco personas frente a ti. Pero tres cajas trabajan, eso es bueno. Avanza la fila, ya solo faltan diez personas, y de repente dos cajeros empiezan a hacer corte, después de un rato cierran caja y se queda únicamente “la empleada nueva” (esa que apapacha los papeles temblando de miedo antes de recibir cualquier pago) atendiendo a esa gente que está contigo y que traen no solo uno sino varios trámites por hacer cada uno.
Miras a tu alrededor y ya un señor, víctima de las circunstancias, salió gritando del banco cual engendro del mal lo mucho que se arrepentirían de no haberlo atendido. Empiezas a desesperarte porque nunca falta el niño impertinente que te está pateando la espinilla y te embarra con una paleta derretida cada vez que pasa a tu lado. Te acercas a la caja, y cuando es tu turno, te dicen que tiene una hora que tu trámite dejó de realizarse y ¡oh sorpresa! ya nada pueden hacer por ti.
¡Dos horas y media! Tus ojos se llenan de lágrimas y sólo repites: “hoy, no voy a enojarme”.
Pero, ya camino a casa, tienes que pasar por ese cruce bizarro ubicado en una de las esquinas del parque Juárez donde pareciera no existir ley (a pesar del hermoso letrerito pegado en contra esquina donde indican que uno a uno debe pasar, en resumen: uno a uno ¡háganse bolas!); y tomando en cuenta que las leyes de la física cuántica transformacional proponen que es quien llega primero el que tiene el paso, se tiene que lidiar con un montón de “gentiles distraídos” que como ven que te has quedado esperando a que pase “alguien” se avientan sin pensar. Incluyendo esas amables señoras que jamás te dan el paso.
“Señora…¡hoy no voy a enojarme!
En la tarde, llegó una amiga que estaba aprendiendo a manejar y me invitó a perder juntas el tiempo en el centro. Caso sumamente constructivo: jamás había yo escuchado tantos matices dentro de las múltiples combinaciones de las injurias del lenguaje urbano a aplicarse en congestionamiento de tránsito. Y siendo aún más crueles, (y aquí entre nos): ¡no traía licencia!
Ahora, me pregunto: ¿Por qué perforar un boulevard que atraviesa la ciudad y que la mayoría de la gente tiene que atravesarlo cuatro o cinco veces en promedio por día?
Sin ser pesimista o alarmista: ¿Porqué perforar las calles en horas pico cuando tuvieron todo el período de vacaciones (y aún tienen las noches, como en toda sociedad civilizada de-sa-rro-lla-da) para hacerlo?
Y así es la vida: se te meten en la fila, te culpan de la muerte del perro del vecino, te roban el agua, te rayan el carro, te roban la luz, te cobra de más la cajera porque la anterior le cobró menos y tiene que reponer ese dinero, te roban el cable, te dejan tres horas en la fila hasta completar un trámite virtual (se inventó en cuanto te vieron), etc., pero esto que digo es en serio, ellos no tienen la culpa.
No, no la tienen, y si el sistema funciona así, ellos se adaptan.
Y ya con el hígado a punto de reventar, intentamos escapar viendo a Rocío Sánchez Azuara quien nos muestra que alguien tiene una vida más miserable que nosotros. Y nos reímos. O intentamos llamar a La Academia para que no saquen a toñita, y entonces sentimos que fuimos útiles el día de hoy.
Pero, ¿qué va a pasar mañana cuando tengamos que enfrentarnos de nuevo a este tipo de situaciones?
He aquí el dilema señores, mexicanooos y mexicanaaas: los medios existen por y para nosotros. No somos nosotros quienes existimos para ellos. Por ende, se utilizan para nuestro beneficio. Esta época se caracteriza por llevar las ideas hacia una actitud más consciente del cambio y del desarrollo, ya la gente se interesa más por expresarse y sentirse bien consigo mismos y con su entorno.
Ciertamente nuestra sociedad se ha transformado, pero este cambio no significa que somos capaces de elegir, de creer y de escuchar.
¿A que nos referimos con esto?, a que no sirve de nada que nuestro entorno haya evolucionado, si nuestras mentes siguen estancadas en ideas carentes de cultura.
No es cuestión de generalizar, pero debemos reconocer que algunas veces elegimos el camino fácil y como consecuencia nuestro pensamiento se vuelve pasivo.
La opinión pública está conformada por las ideas generalizadas de un grupo determinado de personas. ¿Qué grupo? Depende de nosotros.
¿Eso que a diario te molesta? “Eso” ¡exprésalo!
Pero hay aquí una regla también: exprésalo con argumentos, calma, disposición, inteligencia y carácter. No tiene caso salir con antorchas y palos con clavos a reclamar algo que solo nos va a llevar a hacer el ridículo. Analicemos bien la situación en la que nos encontramos y actuemos con sabiduría.
Recuerdo una ocasión que escuché una frase que me dejó muda: “Los medios de comunicación son el reflejo de la misma sociedad” Tenemos lo que queremos tener. Somos la base de cualquier movimiento. Provocamos lo que vemos y escuchamos en ellos.
Pero nuestras decisiones han sido “adulteradas”, es triste ver que el medio nos diga qué elegir y qué hacer con manipulaciones baratas.
Comenzamos libremente a expresarnos y esto trajo consigo un verdadero caos. Desde que cada quien dice y hace cuanto se le antoje, nuestra sociedad se ha segmentado.
Es imposible controlar a un gran número de personas y más aún sus ideas. Pero lo que si es posible es mirar más allá de nuestro propio beneficio, si hacemos por los demás, hacemos también por nosotros.
Así, el señor del banco se ahorraría el infarto, la mamá del niño impertinente intentaría educarlo, la cajera haría hasta lo imposible por atendernos y los conductores te darían el paso con una sonrisa de oreja a oreja…de lo que sí no estoy segura es de la llamada a Timbuktú, pero lo más probable es que si se paga o no uno estará feliz de hacerlo de acuerdo al trato recibido.
Rescatemos nuestra posición en la toma de decisiones, eso somos: control. Y nadie debe ocupar nuestro lugar. La opinión pública debe salir de la pasividad y comenzar a ganar terreno de una forma inteligente. No nos dejemos llevar.
Actuemos, hablemos y entonces sí: “hoy, no voy a enojarme”, “pase lo que pase tendré calma”
(informatePR 2002)