Por Livia Díaz/ informatePR
Poza Rica es un pueblo que tiene todos los defectos de una gran ciudad, el principal: Quiere ser ciudad.
Joven es porque apenas hace cuatro décadas que se formó. Conjuga todo lo que este mundo tiene: pasado milenario, opresión a un pueblo indio que se modificó a fuerza de progreso, y de a poco a poco se integra; tiene un presente de trabajo en busca del sustento en que pervive sobre tubos de gas y aceite y el concreto como adoquín que le recorre.
Ríos llenos de aguas turbulentas como lo es su vaivén imparable de música, diversión y cotorreo de cientos de viajeros que pasan hacia el petróleo, el comercio o la frontera norte de Tamaulipas.
Aquí pasan cosas extrañas y comunes, pero todas a la manera pozarricense. Su gente natal se asoma por el estudio en grandes grupos. Estudia cosas. No importa mucho el tema van por la lectura bíblica, el arte, la literatura, la cocina, el bordado, la metafísica, el futbol, la danza… Pero no se sientan, buscan por todos lados. Venden cosas, trabajan en algo, se lo pasan como las hormigas cavando la tierra canela y arando surcos que les deje crecer.
Uno se aburre de su poca vocación por expandirse. Hay cines, un paseo en el boulevard, un pequeño jardín infantil, la plaza y el parque Juárez. Lo demás cuesta: el cine, los videos, el café, la copa, los juegos para niños, los tacos, las tortas… Poco más y disiento de mi decisión de habitarla. Aquí uno se encierra a observarse las uñas y los años. Televisión y cable si lo tienes, radio o computadora si la tienes y amistades, paseos ir al súper a dar vuelas como tío Lelo y dormir.
Las avenidas son cada vez más largas y tienen menos lotes baldíos. La noche aquí se presenta absoluta, oscura, silenciosa o escandalosa, todo en extremos: Calor, lluvia, frío, viento o todo junto o ninguno. Va poco a poco mermándote las ganas de irte. Uno se habitúa a que no sea ciudad. A las charlas en la calle, a caminar de noche, a comer tostadas, tamales y molotes. Se acostumbra a las veladas de danzón los jueves en el parque Juárez; a los domingos Culturales de la plaza; a irse a Cazones, Coatzintla, Tecolutla, Gutiérrez Zamora o Papantla, a buscar el mar, el pueblo, el atole con horchata y el pan de huevo. A chacharear los sábados en 52 y a vivir el resto de los días a su estilo.
Uno se acostumbra a vivirse a sí mismo entre los demás y saberse encajonado en un círculo, club, asociación o grupo donde prodigue otro tipo de comunicación. Ni cara ni barata me cuestas lo que haga. Me cobras con todo luego de darme tranquilidad y paz y la alegría de saberte pueblo a pesar de sus pretensiones.
Quédate pueblo y recoge la algarabía de tus habitantes diversos que vienen de todos lados. Asume tu cultura colorida colócala en el centro de tu desarrollo urbano ese eje en que recibes tantas visitas del país de los países. Déjalos verte y sábete hermosa por tener historia, tradición y futuro. (informatePR 2002)